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Bienvenido a nuestra mesa


Esta es una frase que me he adoptado cada vez que doy gracias por los alimentos, me gusta decirle “Espíritu Santo, eres bienvenido en mi mesa” aún cuando esa mesa sea hipotética y esté comiendo de pie en el cafetín de la universidad; comencé a usarla por sugerencia de mi papá tras contarme una experiencia sobrenatural de unos jóvenes cuando él era un adolescente, para resumir, habían pasado una noche llena de la Presencia de Dios y apenas les dio hambre fueron a comer y la Presencia de El Señor se fue de ese lugar, lloraron amargamente y preguntaron la razón hasta que El Precioso Espíritu Santo contestó “He aquí yo vine a vosotros y ustedes no me invitaron a su mesa”.  
Family Sits on Table Inside Kitchen
Photo by Cottonbro from Pexels
Ustedes dirán “Él no necesita de alimento físico”, pero no se trata de convidarle de aquello que nos
estamos alimentando, tiene mucho más que ver con la importancia que tiene Él en nuestras vidas y la conciencia que tenemos de Su Presencia. 

Pablo, estando preso por la causa del evangelio, rogaba a los efesios en esta carta que anduvieran como es digno de la vocación con que fueron llamados con toda humildad y mansedumbre, soportándose con paciencia los unos a los otros en amor (v. 2) solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fueron también llamados en una misma esperanza de nuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.
 Así, les estaba recordando que el que venció a las tinieblas fue quien los llamó y así mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (porque sabemos que aun no ha culminado su obra en nosotros, y que el ministerio no es para nuestro propio provecho sino para el de nuestros hermanos) hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. 

Man Wearing Black Crew-neck Shirt Reading Book
Photo by Oladimeji Ajegbile from Pexels



Hace unos días me confrontó acerca de la razón por la que lo hago y la forma en que lo hago, me pregunté cómo sería la manera correcta de hacerlo y de inmediato me llevó a Efesios 4:29 “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” Y entonces entendí que mientras comía (o compartía) con otras personas, mis conversaciones no le estaban honrando, peor aún, lo entristecía como continúa en el v.30 “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” lo que me obligó a hacer un repaso del capítulo completo, que no es más que una versión compacta de la manera en que Dios quiere que vivamos sus hijos.




Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios con el cual fuisteis sellados para el día de la redención

Este mensaje está vigente hoy más que nunca pues Su Palabra permanece para siempre, y es para nosotros, para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.

¿Cómo, pues, lo lograremos?

Pablo nos exhorta a que ya no andemos como el resto de la gente que no conoce a Dios, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús.

  1.  En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado (contaminado) conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. 
  2. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.
  3. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. 
  4. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. 
  5. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. 
  6. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. 
  7. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.
A pesar que en la modernidad se ha perdido la tradición de comer en la mesa, la cena es un momento familiar e intimo por ser la última comida del día, ya entrada la noche, no cualquiera puede cenar contigo, por eso Jesús usó esta referencia cuando dijo “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc 3:20).

Family Having Meal at the Table
Photo by Cottonbro from Pexels


Examinemos pues nuestros corazones, de forma que cada día, en todo momento, podamos andar conscientes de la Presencia de El Precioso Espíritu Santo, presentándonos con un corazón constantemente renovado y limpio por la sangre de Cristo (2 Pedro 3:14; Ef. 5:25-27; Heb. 9:14; Ju. 1:24) para ser ofrendas vivas, de olor grato delante de Jehová (Rom. 12:1).

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