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¿Para qué oramos?


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Vivimos en una era donde la satisfacción de los deseos propios es alabada y exaltada, donde nuestros sueños, metas y propósitos propios están por encima de cualquier otra cosa, y a cualquier costo las queremos conseguir. Lamentablemente, esto ha manchado de manera gigantesca a la iglesia de Jesucristo.

“Si das tanto dinero esto sucederá”, “Si oras fervientemente esto se te cumplirá”, “Si crees o tienes suficiente fe, lo que tanto deseas, se te cumplirá”, “Si decretas o declaras algo tantas veces, el Señor verá tu fe, y concederá tu petición”, entre otras frases más, puedes escuchar en tantas iglesias y de parte de personas que dicen hablar de parte del Señor, y muchas veces, cegados por nuestros propios deseos de cumplir aquello que anhelamos, terminamos por obedecer aquello que tanto nos dicen, y muchas veces, encontramos que nuestra petición no es contestada, al menos no de la manera en que nosotros esperábamos.
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Sin embargo, no podemos meter a todos en el mismo costal, pues también he visto personas orar fervientemente por deseos no tan egoístas. La sanidad de una enfermedad, la necesidad de recursos o bien la salvación (física) de un familiar, son peticiones de personas que buscan desesperadamente respuestas, y honestamente confían y creen con firmeza en que Dios le contestará como esperan si ellos siguen cierta serie de pasos o requisitos.
En ocasiones nuestro Señor, en Su Infinita Sabiduría y Voluntad, responde de una forma inesperada y algunas personas no entienden por qué Él respondió de esta manera, terminan por molestarse con Dios, o terminan por abandonar la fe.

        Entonces, si sabemos que Dios es soberano, que Él actúa de acuerdo con Su Voluntad y Propósito, y que nada doblega Sus Decisiones, ¿Por qué oramos? ¿Cuál es la necesidad de orar? Bien, el apóstol Pablo responde a esta pregunta en su Carta a los Filipenses. Fijémonos bien en el capítulo 4, versos 6 y 7:


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“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.”
Hay distintas opiniones acerca de dónde y cuándo fue escrita dicha carta, algunos afirman que en Roma, en el año 63 d.C. (unos años antes de su muerte) otros afirman que fue en Éfeso, en el año 54 o 55 d.C., pero todos concuerdan con algo: Fue escrita desde la prisión.
Si leemos el contexto del capítulo 4, Pablo está despidiéndose de la iglesia de Filipo, y les está exhortando y animando a que siempre estén alegres y gozosos ¡Desde la prisión!, y luego les escribe esto, que para mí, es la revelación más importante acerca de uno de las disciplinas espirituales más importantes del cristianismo.


“La oración no es para cambiar los planes de Dios. Es para confiar y descansar en Su soberana voluntad”. 
Martín Lutero

¿Y bien, entonces qué me dices de las veces donde la biblia registra que Dios se arrepintió, cambió su parecer, a través de la oración de sus santos? 

Es una pregunta válida, pero debemos tener en cuenta algo si queremos hacer una correcta aplicación de tales versículos a nuestro contexto, y qué quiso transmitir el Señor en ese tiempo:Quienes escribieron la Biblia fueron seres humanos, hombres inspirados por Dios mismo, necesitaban de alguna manera explicar lo que estaba aconteciendo y lo que estaban viendo, están describiendo los hechos desde una perspectiva humana, no desde el entendimiento magnífico de Dios, entonces, estas personas dan características propiamente humanas para describir el mover y decisiones del Señor (arrepentimiento, enojo, cambios de parecer, entre otros), pero creo que puede ser un tema para otro artículo.
Mi invitación entonces querido lector, es que puedas orar, no para que se cumplan tus deseos, ni tus caprichos, ni siquiera en aquello que deseas fervientemente por el bien de otros o de ti mismo, sino que ores, con la misma fuerza y firmeza, pero para pedir que el Señor cumpla Sus Deseos y Propósitos en ti, y tú puedas tener paz y descansar en Su Soberanía. ¡Dios te bendiga!
         

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