Estamos muy atentos últimamente a los síntomas que podamos presentar en nuestro cuerpo, si hay tos o algo de fiebre tenemos varias opciones: ver a un médico, auto medicarnos o no hacer nada y dejar que los síntomas “se nos pasen” (cabe destacar que estas últimas dos opciones no son recomendables, con o sin pandemia mundial).
Nuestro cuerpo tiene maneras de comunicarnos lo que está sucediendo en él, si entra polvo en nuestra nariz estornudamos, si nos golpeamos duele la zona afectada, si entra algún virus o bacteria desconocida nos da fiebre y el cuerpo entra en combate microscópico para eliminar la amenaza, incluso a veces no son suficientes los anticuerpos y es necesaria la intervención de la medicina.
Tal como nuestro cuerpo tiene síntomas cuando está en peligro nuestra salud (y a la larga nuestra vida) así mismo nuestro ser experimenta síntomas cuando hemos comenzado a alejarnos de Dios. Puede que usted no se dé cuenta, y se parece al proceso de cocción de una rana, ella debe introducirse en agua fría porque si al tocar el agua la siente caliente, ésta saltará, si la temperatura asciende lentamente la rana no lo notará y al cabo de un rato morirá.
Durante la cuarentena, las iglesias no han hecho más reuniones para evitar que sus miembros se enfermen (sabemos que es un tema de prudencia más que de temor) ahora no tenemos a ninguna persona detrás de nosotros para ir a la iglesia, para ir a ayuno o a vigilia, depende de nosotros mismos, del tiempo que decidimos voluntariamente invertir en nuestra relación con Dios y es muy posible que algunos decaigan porque no han establecido una vida devocional firme.
El primer síntoma es no hacer lo bueno, de acuerdo con Santiago 4:17 (RV60) “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” Cuando ya no quieres orar, cuando ya no quieres adorar a Dios, cuando ya no quieres compartir o servir en tu iglesia, sabes que no se trata de un desánimo momentáneo, comienzas a posponer tu tiempo devocional, tus conversaciones ya no honran a Dios, definitivamente ya has comenzado a alejarte.
El segundo síntoma es que sustituirás las actividades que alimentaban tu relación con Dios por otras más simples y banales, irás poniendo excusas para no presentarte delante de Dios, así que solo usaras una breve fracción de tu tiempo (el que te sobre) para dar gracias a Dios e irte a dormir, si es que lo recuerdas.
En Malaquías 1:13 (RV60) vemos un ejemplo de la antigüedad, cuando los sacerdotes presentaban cualquier ofrenda para salir del paso:
"Además habéis dicho: ¡Oh, que fastidio es esto! Y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y me trajisteis de lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptare yo eso de vuestra mano? Dice Jehová"
Así entendemos que lo que ofrendemos a Dios, sea nuestro tiempo, nuestra oración, nuestro canto, lo hagamos todo con reverencia, con amor y conscientes de nuestro servicio a El Señor, porque de otra manera no será bien recibido delante de Dios.
El tercer síntoma es que comenzaran a ser manifiestas las obras de la carne, las cuales encontramos descritas en Gálatas 5:19 (NVI):
“…Inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería, odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”
Cuando tienes mal aliento tú no lo notas, pero los demás si lo notan, cuando alguien te lo dice o comienzas a notarlo puedes tomar medidas de higiene más estrictas, puedes decidir ignorarlo o visitar el médico para chequear la razón, si lo ignoras a la larga puede ser un problema grave de salud que solamente te afectará a ti.
No será algo repentino, será progresivo, como el agua calentándose alrededor de la rana, los demás lo notarán primero, y posiblemente cuando surja alguna consecuencia negativa tú también te darás cuenta, y por lo general viene acompañado de un gran sufrimiento que nos lleva a volver a buscar de Dios, quien es fiel y justo para perdonar, pero la herida ya estará hecha, tu corazón tendrá una cicatriz que Dios quiso evitarte.
No será algo repentino, será progresivo, como el agua calentándose alrededor de la rana, los demás lo notarán primero, y posiblemente cuando surja alguna consecuencia negativa tú también te darás cuenta, y por lo general viene acompañado de un gran sufrimiento que nos lleva a volver a buscar de Dios, quien es fiel y justo para perdonar, pero la herida ya estará hecha, tu corazón tendrá una cicatriz que Dios quiso evitarte.
El propósito de los mandamientos de Dios no es que tu vida sea aburrida y simple, así como nuestros padres no nos permitieron hacer muchas cosas en nuestra infancia y luego en la adolescencia porque sabían que representaban un riesgo para nosotros, así mismo Dios estableció leyes y preceptos para evitarnos caer en pecado, para evitarnos el sufrimiento.
Mi papá suele decir “Satanas tratará de distraerte, si no puede hacerlo tratará de tentarte, si tampoco lo logra hablará mal de ti”, No te desanimes, tu constancia tal vez tenga resultados similares a los de este enunciado pero la recompensa en los cielos será mucho más grande (Colosenses 3:24).
Presta atención a las señales, a esas pequeñas alarmas que enciende El Espíritu Santo en tu corazón, y cuanto más pronto lo hagas más rápido podrás sobreponerte, permanece firme en la fé y aunque hayan días difíciles la paz que sobrepasa todo entendimiento te guardará en Cristo Jesus (Filipenses 4:7).
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